domingo, 10 de octubre de 2010

"El reino de este mundo"


Lo que asegura que actividad transformadora del mundo ocurra, no es un deber ser de naturaleza moral, sino la falta de adecuación entre la felicidad que el hombre concibe en un momento dado y el mundo en el que vive. Inmerso en su dimensión histórica, el hombre actúa movido por el anhelo de la felicidad:

Y comprendía ahora, que el hombre nunca sabe para quien padece y espera. Padece, espera y trabaja para gente que nunca conocerá, y a su vez padecerán y esperaran y trabajaran para otros que tampoco serán felices, pues el hombre ansia siempre una felicidad situada mas allá de la porción que le es otorgada. Pero la grandeza del hombre esta precisamente en querer mejorar lo que es.

La búsqueda de la felicidad, no el deber morar ni la especulación intelectual, es lo que asegura la actividad transformadora de la realidad, es, en otras palabras, lo que impulsa la acción histórica.

El anhelo de la felicidad es siempre, dada la historicidad del hombre, de naturaleza intramundana y no tiene cabida en las esferas celestiales. Lo propiamente humano no pertenece al reino de los cielos, cuyo orden inmutable impide el desarrollo de una acción dirigida a conquistar y modificar una parcela de la realidad, acción que es constitutiva del hombre. El carácter definitivo de ese orden proviene de su perfección. La transparencia de la verdad divina que lo regula imposibilita la ignorancia que determina la actividad cognoscitiva del hombre. Pero, sobre todo, su dimensión eterna, situada fuera de la temporalidad, fundamento de las dos dimensiones esenciales del hombre: su historicidad y la conciencia de la muerte, es ajena a lo humano. La finitud existencial aparece, no tanto como fuente de angustia, si no como posibilidad fundante de la acción del hombre. El resultado del quehacer histórico trasciende la vida individual, y su significado rebasa a menudo la conciencia que de ella tiene el sujeto que lo origina. Al hombre le corresponde una existencia intramundana:

Pero ello, agobiado de penas y de Tareas, hermoso dentro de su miseria, capaz de amar en medio de plagas, el hombre solo puede hallar su grandeza, su máxima medida en El reino de este mundo.


Del libro "El reino de este mundo" Alejo Carpentier

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