"Un hombre que no se alimenta de sus sueños, envejece pronto", William Shakespeare. Todos poseemos principios, modos de pensar, emociones y hasta una ilusión por alcanzar, pues sin ella los esfuerzos cotidianos carecen de sentido. No obstante, conviene que nos cuestionemos periódicamente si, en verdad, estamos siendo soberanos en la selección de nuestros sueños, decisiones, acciones y estado mental.
Achacar a los demás el motivo de sentimientos negativos o depender fuertemente de factores externos para fijar nuestro ánimo, es reconocer que estamos claudicando al control propio. Renunciar a los ideales y sueños resulta muy oneroso, ante el arrepentimiento que se arrastrará el resto de la vida.
Las angustias provenientes del pasado y la ansiedad que nos visita desde el futuro, suelen unirse para complicarle la marcha a quienes no están suficientemente fuertes para defender sus propósitos o principios. En ocasiones no son otros, sino nosotros quienes atentamos contra nuestros sueños, de allí que Aristóteles afirmara: "los más valientes no son los que conquistan a sus enemigos sino los que alcanzan sus sueños al vencerse y conquistarse a sí mismos".
Los soberanos de sus pensamientos reciben recompensas múltiples: ser artífices de su destino, cultivar la paz interior, y disfrutar la autonomía de perseguir anhelos en los que creen.
Sin soberanía un sueño puede tornarse en una indeseable fantasía. Por eso, aniquilar las sanas ambiciones de los demás y las propias en un equipo crea un drama que, a todas luces, obstaculiza su cohesión y efectividad. Mientras la política, las religiones, las posesiones y otras circunstancias desunen a las personas, un sueño compartido las aglutina con una pasión a veces más allá de lo razonable, siempre que ellas hayan sido protagonistas en su creación de dicho ideal.
Un equipo que se adueña de su destino y es firme al defenderlo, será difícil de vencer. En él las conductas individuales cobran más sentido, se piensa con altura, y se vuelven pequeños los que antes se llamaban problemas. Sus miembros trabajan al máximo nivel, disuelven o resuelven obstáculos, no anteponen excusas ni escatiman esfuerzos.
La soberanía de pensamientos y emociones estimula la creatividad, la innovación y la flexibilidad. No se trata de poner oídos sordos al buen consejo. Cuando la autoestima es sólida los insultos rebotan, el discernimiento es constructivo y el respeto mutuo es estricto.
Ser soberanos equivale a ser pilotos de nuestra propia vida para viajar con libertad, comodidad y sin excesos de equipaje mental hacia la realización de nuestros sueños. ¿Qué tan soberano es su equipo y cuánto aporta usted con su ejemplo personal de soberanía?
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